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¿Sos de alguien? "El tesoro de su propio apellido" te lo cuenta Heralaprimavera

  • Foto del escritor: Mariana Esquivel
    Mariana Esquivel
  • 14 jul 2016
  • 3 Min. de lectura

No se acordaba adónde lo había olvidado. Inició una búsqueda para encontrarlo. ¿Lo había perdido?

Volvió a su barrio, recorrió la plaza. Acompañando a su marido, había dejado: familia, estudio, clases de danza. El noviazgo duró ocho meses. Se casó y lo siguió. Siempre con un bolso listo, un pasaje en la mano y el camión de mudanzas en la puerta. Hacia donde el trabajo de él y su destino la quisieran llevar. Podría haber dicho que no, pero conscientemente dijo siempre que sí.

Al principio los usó a los dos: Fulana Tanto de Mengano. Pero luego, el Mengano fue creciendo en importancia, adquiriendo prestigio como un diamante que el tiempo pule y cotiza. Ella veía que eso ocurría. Le molestaba y, a la vez, le fascinaba. Al cabo de un tiempo quedó: Fulana de Mengano. Escondió el Tanto en alguna parte.

Y ahora que mengano había armado el bolso y no le pidió que la acompañara, la Fulana estaba perdida. Según cómo se lo mire, la experiencia puede transformarse en un carnaval carioca o en un velorio con ausencia de muerto. Si bien quería tomarse su tiempo, tenía situaciones que resolver con premura: crear una nueva cuenta de hotmail pues la anterior tenía el Mengano, modificar la guía telefónica, las cuentas bancarias, las boletas de luz, gas, agua, el impuesto inmobiliario.

Así andaba la Fulana, en plena búsqueda de su apellido. El combo era completo, además tenía que elaborar el síndrome del nido vacío.

Sus amigas le ofrecían mapas para la búsqueda. Uno era hacer las cosas que siempre dijo que iba a hacer y nunca hizo por el de que la ataba de pies y manos. Tomó clases para perfeccionar su inglés. Empezó a hacer teatro.

Otra amiga le ofreció el mapa-hombres. Ese fue de difícil lectura. Mientras, por lo general, los hombres saben dónde está el tesoro, algunas mujeres hacen como que no saben. Esa era Fulana. Quería llegar dónde está la X pero “no tan rápido. O no con vos. O sí pero te rascás la oreja con la llave del auto. O no, pero sólo un café y nada de compromiso. O mejor no, por ahora a mis hijos no te los presento. Pero… ¿por qué no me llama? ¿Por qué me llama tan seguido? ¿Por qué no me llevan los extraterrestres y me borran el chip de la chotez para empezar de nuevo?”

Otra amiga le acercó el mapa-viajes. Al Congo Belga se fue a buscar su apellido en cruceros programados en los que cada hora tiene su minuciosa actividad preparada. En vano, su apellido no aparecía.

Decidió hacer limpieza general en su casa. Regalar lo que ya no se usaba, deshacerse de recuerdos y buscar lo que tanto necesitaba. Kilos de ropa de hijos en bolsas de consorcio fueron a dar a San Expedito, al Hospital de Niños y a Don Bosco. Revisó cada rincón, buscando, siempre buscando. En el fondo de los placares, en el vestidor, en el cuarto de huéspedes, en la biblioteca. En las cajas de las fotos, en los álbumes. Su apellido no estaba por ningún lado.

Cuando fue a dejar las bolsas de ropa al Hospital de Niños se dio cuenta que la gente sufre. Entonces pensó en inscribirse de voluntaria. O crear una fundación para ayudar a…a quién? No importaba mucho a quién, ser presidenta de una fundación da cierto prestigio y se sale en el diario. Comenzó a desarrollar la idea, pero su apellido tampoco estaba en ese proyecto personal.

Siguió buscando. Tal vez en los lugares en los que había vivido, paisajes que aún retenía en su corazón junto con esas fotos del alma en las que ella era mamá de, esposa de.

Hasta que un día, su abogada la llamó. Sintió que le crecían alas, que se despegaba de ella como una costra dura el de y podía elevarse etérea. Leyendo la sentencia de divorcio, volando sobre un mapa de palabras prostituidas, encontró, limpio y luminoso, lo que buscaba: Fulana Tanto. El tesoro de su nombre.

Alejandra Araya


 
 
 

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