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Cuarenta. Cumpleaños. Crisis. ¿Cómo funcionan las 3C?

  • Foto del escritor: Mariana Esquivel
    Mariana Esquivel
  • 25 jun 2016
  • 3 Min. de lectura

Cuarenta

Cuarenta se cumplen una sola vez en la vida. Así las cosas, mi prima Liliana insistió en que los cuarenta debían ser una fiesta sorpresa. Y las fiestas sorpresas deben ser organizadas por otros. Nunca por la misma cumpleañera porque ya no sería una fiesta sorpresa como la que tuvo Pato en el Club Social. Hasta un video le habían hecho y su esposo se había encajado un sombrero mexicano hasta las orejas y le había cantado el tema arjoniano-ya-sabemos-cuál.

Liliana es una bella mujer que se embarazó a los 18. Madre soltera por muchos años, crio sola a su hija. Se recibió de abogada en un tiempo récord. Luego conoció a Miguel, se enamoraron y tienen dos varones. Han formado una familia preciosa. Pero parece que cuando uno está en crisis se vuelve permeable y se convierte en receptora acrítica de cualquier idea. Liliana llegó esa tarde, notificándonos de su decisión: se cancelaba todo preparativo de la fiesta sorpresa pues había decidido que le regalaran las lolas.

Miguel, los chicos y yo nos miramos en silencio y tuvimos la sensación de que un balde de agua del Glaciar Perito Moreno nos caía encima.

Hasta aquí todo tranquilo. Liliana se haría las lolas, ya había averiguado presupuesto a algunos cirujanos plásticos. La cosa se había resuelto medianamente ¿Qué sucedió en el medio para que con la guía telefónica en mis manos me pusiera desesperadamente a buscar salones y catering para la fiesta?

La tía Ernesta. En todas las familias hay tías Ernestas, ¿qué les hace pensar que en la mía no? La tía Ernesta había llamado a Liliana para saludarla, confundida, pues en vez del 7 de mayo, pensó que era el 7 de abril, y qué lindo, mirá qué lejos has llegado, armaste tu propio estudio jurídico, sos profesora en la Universidad, tenés una familia hermosa, un marido que te quiere, seguramente vas a festejar tus cuarenta.

Entonces mi prima Liliana me llamó con voz de vidrio roto diciéndome que las lolas se las podía hacer el año que viene, pero que este año se festejaba los cuarenta porque cuarenta, se cumplen una sola vez en la vida.

Otra vez la guía telefónica me salvó. Ya teníamos todo organizado con Miguel y los chicos. Para el video busqué la foto que nos sacamos con Liliana en el patio de la escuela el último día de clase en sexto año. Recuerdo que ese día me dijo que estaba embarazada y que lo iba a tener.

La fiesta sorpresa sería un éxito, así que todo bien. ¿Todo bien? Y, es que los cuarenta vienen con una carga emocional que hay que saber sobrellevar. Sobre todo para los que estamos cerca de las cumpleañeras. Liliana llegó esa noche con los ojos de picar cebolla. Cuando hace eso, son dos o tres horas de llanto ininterrumpido. Después se le pasa, juro que se le pasa, pero no hay ninguna pócima que pueda contrarrestar ese fatal momento. Se había enterado de la fiesta sorpresa y si se había enterado, ya no era sorpresa, la ecuación cerraba perfectamente. La tía Ernesta (y sí, ¿no les dije que en todas las familias hay tías Ernestas?) la había llamado para preguntarle no-sé-qué de la fiesta de cumpleaños. Ya era tarde. Fue inútil convencerla que la hiciéramos lo mismo, que ya estaba todo organizado. Ella dijo que no tenía ninguna gracia, que un cumpleaños sorpresa cuando el cumpleañero sabe, ya no es sorpresa, que lo dejáramos nomás, no importa, es lo mismo, déjenlo así.

No les cuento la cara de velorio que teníamos todos. Cuando llamé a la tía Ernesta para avisarle la cancelación del festejo, se quedó pasmada y debo decir que me dio la mejor idea para reflotar la situación: me ofreció su casa de fin de semana en Pocito. Ella se haría la enferma ese viernes por la noche (mucho no le iba a costar pues es hipocondríaca) para que Liliana no dudara en ir.

La foto que estoy mirando ahora es cuando Liliana llegó a su fiesta sorpresa de cuarenta. La emoción de su cara, las lágrimas mezcladas con risas, los besos, el abrazo de Miguel y de sus hijos. Los regalos, sus amigas del trabajo, de la secundaria, de la universidad. Nuestros vecinos, los ex vecinos de la casa de mis abuelos del barrio Mallea. El video. En un momento de la fiesta, miré a mi prima rescatándola solo para mí: su delicado equilibrio, su femeneidad, su coraje y esa felicidad que restaña cualquier herida del corazón. Tal vez, en algún momento de la vida, una mujer necesite legitimarse a través del afecto. No lo sé, tampoco voy a ponerme a averiguarlo, somos tan parecidas con mi prima Liliana.

Alejandra Araya


 
 
 

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