No caeré en la trampa de resentimiento. No hay separados, ni separadas sino separaciones.
- Separaciones
- 26 may 2016
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A mí no me da para hablar de otros casos. Siempre he sido “mujer de armas tomar”, en esta oportunidad “mujer de palabras tomar”. No sé si escribiré un cuento, un ensayo o un texto de opinión. Lo que sí sé es que lo haré desde mí.
Porque el que se separa no es uno solo. Son dos. Una se separa de alguien. Pero el otro (esa hermosa palabra que hay que aprender a incorporar: el otro) también se separa de una. El proyecto que se compartía ya no existe porque el amor es tan feble como un edificio de cartas. Disiento con los que dicen: el amor es fuerte. No, el amor en una pareja es tan delicado que hay que cuidarlo todo el tiempo. No como una obsesión, sino como la aceptación de que, alguna vez, se puede romper. ¿Por qué? Por la sencillísima razón de que somos humanos y, por lo tanto, vulnerables.
Bien, continúo. El proyecto: pareja, convivencia, matrimonio, terminó. Ahí estábamos. Ahora viene la repartija o, en términos legales, división de bienes. Porque una cosa es el divorcio y otra, diferente, la división de bienes. En medio de la soberana piña que te dio la vida, una tiene que tener el equilibrio suficiente para decidir sobre la división de bienes y cuota alimentaria; en medio del choque de frente con un escania, una tiene que juntar agallas (Hay mucho machismo en tribunales) y pensar (si es que se puede) y enfrentar la situación. Es una negociación. Y en una negociación cada uno pone su parte y el juez si no hay común acuerdo, llega a una sentencia. Si para salir rápido de esa etapa, se prioriza la tranquilidad y cedés una serie de prerrogativas, sí está bien, quedate con esto, con lo otro, yo pago tal y cual cosa para cortar por lo sano y poder empezar limpito otra etapa, no queda muy prolijo que después una se ande quejando en cuanta mesa de café, asado o juntada haya. ¿Por qué?
Porque aunque no te guste, el otro del que hablé párrafos anteriores, es el padre o la madre de tus hijos, esos que no entran en la división de bienes. (Aclaración perogrullesca: toda la vida será el padre o la madre de tus hijos) Esos que cuando son pequeños vos podés meter en la parte de atrás del auto y shhhhh, calladitos que vamos a la casa de la abuela pero que a los doce años te dicen: Mamá, me quiero ir a vivir con mi papá. Entonces, a una no le queda otra que abrir los brazos porque sos la madre, no la dueña de la piba que es tu versión corregida y aumentada. ¿Me explico?
No hay vencedores, ni vencidos. No hay un separado, ni separada. Hay seres humanos que deben con amor y sabiduría transitar un camino que merece la mejor de nuestras sonrisas. Y no es un consejo de Deppak Chopra, de Anacelis Castro ni de los psicólogos de turno a los que una va buscando respuestas. No. Es esa verdad amasada en nuestro corazón con lágrimas de soltar, con harina de seguridad, con levadura de creer en una misma.
No, no hay un separado, ni separada. Hay separaciones, cada una con la característica individual de las vidas que decidieron tomar por distintas latitudes. Hay que poner todo el coraje para dejar el ego, mirarnos a nosotros mismos y preparar una sopa de sobre, planchar mal un pantalón, quemar un asado. ¡Qué importa! Si estamos todos de aprendizaje en esta vida. ¿Por qué aferrarnos a la idea de que el pibe tiene que tener una sola cartuchera? Soluciones, no problemas, dijo mi vieja. Le preparo una con todos los elementos para que haga los deberes conmigo. Colaboro, me trago las puteadas, ya se harán grandes y la relación con ellos, también cambiará.
No hay víctimas ni victimarios. Hay una situación que hay que enfrentar con valor, respeto y personería de bien. A mi humildísimo entender, eso fue lo que me dio la libertad de vivir feliz.
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