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Cuando no bajás un cambio, hay veces que te obligan a hacerlo.

  • Perro
  • 23 may 2016
  • 3 Min. de lectura

Los púgiles ya se habían reconocido: Héctor “El Perro” Flores vs A “Presión Alta” CV. Era una pelea de pesos pesados sin número de rounds. La previa para la familia, amigos y público en general estuvo cargada de escaramuzas, insultos y jugadas sucias: un adormecimiento del brazo izquierdo de Flores, un fuerte dolor de nuca, mentir que se toma la pastilla. Luego, una visita a la Guardia con advertencia del médico:

-Cuídese, Flores, baje de peso, haga actividad física y no problema.

El Perro era colectivero. Chofer profesional. Nadie conducía tan bien como él. En 30 años de manejo ni un choque, ni una boleta, ni una suspensión por llegar tarde o bicicletear un boleto. ¿Quién se le iba a animar? ¿Quién es ese A “Presión Alta” CV? ¿Quién? Y la lucha constante: enojos del manejo diario, competencia entre taxistas y remiseros, el horario. ¿Y las motitos? “Son un peligro, no frenan nunca. Va la familia entera con abuela incluída arriba de una 50cc” ¿Y las mujeres? “A lavar los platos”, decía El Perro.

Presión Alta fue silencioso. Aplicó la técnica del Flaco Monzón: tomar distancia con la izquierda y pegar derechazos al torso, al hígado, a la barbilla del Perro que jamás pensó en tirar la toalla. ¿Perder por abandono y ganar la salud? ¡Nunca! Era un roble, un hombre derecho, mi amigo. El Sr. Perro Flores, nada de mariconadas. Había aprendido a resistir aunque sangre la ceja y la cara llena de golpes se convierta en una masa violeta, leudada y amorfa.

Cuando sonaba la campana, cada contrincante se rearmaba en su esquina. Héctor preparaba una juntada con amigos, organizaba una salida con sus nietos o un viaje para distenderse. Su mujer y sus hijos le acercaban el banquito, le curaban las heridas y le daban agua-cariños-besos. ACV esperaba, confiaba en la sal y los chinchulines de los asados, la plata que nunca alcanza, la rabia que camufla los miedos y el factor sorpresa.

La sorpresa fue un día cualquiera. Presión Alta le dejó resto, le permitió que se confiara en: a-mí-no-me-va-a-pasar. Y le pegó la misma piña que le dio Carlos Monzón a Nino Benvenuti el 7 de noviembre de 1970. Un knock-out incuestionable que dejó a Flores fuera del ring de la vida. Palo y a la bolsa. A “Presión Alta” CV había ganado la pelea dejando a Flores hemipléjico, atado a una cama ortopédica. Antes de partir con el título de campeón, le obsequió el recuerdo del combate: un trípode. En realidad tenía varios en su bolsa gris de los sueños rotos. Presión Alta se iba a darles pelea a otros Flores. Todos los días se encontraba a varios en la fila de aspirantes.

Un giro de 180º para El Perro. ¿Cómo volver a ser un bebé con cincuenta y cinco años? ¿Cómo pedir que lo cambiaran, bañaran, le dieran la comida en la boca y lo ayudaran a incorporarse? Putear al kinesiólogo y necesitarlo. Putear a su mujer y pedirle perdón en silencio. Putear a sus hijos y extrañarlos. Mientras toda la bronca salía en camionadas de basura por la boca, por los ojos, por la cabeza que se reventó como una sandía madura, miraba las piernas de la gente.

La paciencia y la comprensión de todos los que lo rodeaban lo sacaron de la cama y lo sentaron en la silla de ruedas. En ese tiempo fue cuando le tomaba la mano a su esposa y le daba las gracias. De la silla de ruedas pasó al trípode.

Entonces, trasmutó en personajes de Literatura: tenía la pata de palo del Capitán Ahab en su persecución obsesiva para destruir a la blanca y bella Moby-Dick y el brazo-muñón del Capitán Garfio buscando a Peter Pan para vengarse. Porque hay que seguir luchando. La vida es una lucha. Si es una lucha, hay vencedores y vencidos. El enemigo anda suelto. Antes fue A “Presión Alta” CV. Pero el enemigo es cualquiera que no piense, sienta o actúe como él.

Perro callejero sin dueño ni caricias, aprendió a ladrar antes de hacerle fiestas a alguien; a desconfiar antes de recibir amor. Volvió a tener su compañero inseparable como antes fue el colectivo con el que recorría la Libertador de este a oeste. El Perro-Don Quijote. El trípode-Sancho Panza. Por ahí se los ve caminar juntos discutiendo si los molinos de viento son o no gigantes de los sueños que quedaron por alcanzar.

Ahora Flores se convirtió en un hombre que camina lento y habla poco, casi balbuceando. “La mano izquierda puesta sobre la mano derecha era como la mano de un niño puesta sobre la mano de un gigante”, dice Borges refiriéndose a su padre en el cuento “El otro”. Así veo las manos del Perro apoyadas en su trípode. Esas que no pudieron bajar un cambio del colectivo de la vida.


 
 
 

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