Consolador
- Mariana Esquivel
- 10 may 2016
- 3 Min. de lectura
Dicen los que saben que el facón, el caballo para el gaucho; un celular grande, la corbata, una moto para el hombre actual, todo lo que es un apéndice del cuerpo es un símbolo fálico. “Hay palabras que no decimos y que ponemos sin decirlas en las cosas. Y las cosas las guardan y un día nos contestan con ellas”. Decía Roberto Juarroz. ¿Tendrá algún significado freudiano una persona tomando con las manos su título recontra universitario hecho un tubo con moñito u otra abrazando fuerte una palmera? Cuando escuchó que lo llamaba Gladys, se puso tensa y dejó la merluza en la bacha de la cocina. Él no era productor de espectáculos y Gladys no era la Bomba Tucumana a todos los vuelvo locos con mi pollera amarilla. (No, a todos no, a ella la volvía loca. Gladys era la ex) -Mamá, ahora somos amigos con Gladys. Se le ha muerto el padre, está mal. ¿Cuál es el problema? Rosita podía enumerarle a su hijo Germán diez problemas de que él y Gladys fueran amigos. Pero desde que se había ido a estudiar Medicina a Córdoba en enero hasta Semana Santa, había pasado un siglo de extrañezas. Era la mañana temprano del jueves santo. El nene había llegado en el colectivo de las 6.30hs. Rosita no quería embarrar la cancha. -Mirá lo que te traje de regalo. Un sacacorcho eléctrico. Dijo Germán. -¿Y para qué quiero eso? -Un chavón amigo los andaba vendiendo a mitad de precio. ¡Es genial, mirá lo fácil que se destapan las botellas! Un ñiñiñiñi electrorgásmico hizo la maravilla de sacar el corcho en 10 segundos. -Acostate un ratito. A mediodía hay pescado y empanadas de vigilia. Dijo Rosita con el palo de amasar en la mano. -Este…ya veo…es que he quedado de ir a consolar a Gladys. ¡Está destrozada por lo del padre! -¿Y de qué murió el hombre? -De cáncer. Se lo descubrieron hace 3 meses. Fulminante. -¿Gladys rindió las materias que debía? ¿Empezó la Facu? -Y, estuvo complicada con lo del padre. Estoy molido, vieja, me acuesto. Germán era hijo único de madre soltera. Rosita lo había tenido con 18 años. Había hecho muchísimos renunciamientos para criarlo, había proyectado en él lo que ella no pudo ser ni hacer, había elaborado planes para su hijo. Y Gladys no estaba en ellos. -Yo a éste lo voy a sacar bueno. Decía Rosita cuando cumpliendo el rol de madre y padre se producían conflictos por la puesta de límites. -¡Vieja, ésto es para vos, por tu fuerza incomparable para todo! Había dicho Germán en el Acto de Colación dedicándole su título de secundaria. (Tan bien que estaban con el Edipo ellos dos, que tuvo que venir la Gladys para meter púa. Pucha, che!) -¡Ger! ¿¡Hace 3 meses que no te veo y lo primero que hacés es irte por ahí!? -Vieja, es que Gladys está depresiva, no para de llorar, el padre era el único sostén del hogar. Han quedado solos, desorientados. -Yo también quedé sola y desorientada. Cuando se enteraron de que estaba embarazada, mi familia me pegó una patada en el orto y tu padre se rajó y acá estoy. -Es que vos sos la dama de hierro. Germán le dio un beso en la frente, montó su bici y se fue a lo de su amiga. -Pero, Ger… Rosita no pudo terminar la frase. Se quedó sola, seducida y abandonada. Entonces sacó una caja de zapatos forrada con papel araña azul donde guardaba las fotos y se puso a mirarlas mientras cebaba mate con el termo. De pronto, Héctor, su primo, llegó a visitarla: -¿Y Germán? Entonces, cual dique al que le han volado el paredón, Rosita abrió sus compuertas. Contaba. Lloraba. Contaba. Lloraba. -Dale, hablemos de otra cosa. Dijo Héctor yendo a la cocina a traer los pastelitos de queso. Y ahí lo vio. Vio el sacacorcho eléctrico. Un cilindro de 25cm sobre la mesada. No se atrevió a tocarlo. Pensó que hay palabras que no se dicen y que ponemos sin decirlas en las cosas, que de eso no se habla y fue al living a consolar a su prima.

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