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Sostengo el mundo y estoy aprendiendo a vivir en él

  • Alejandra Araya
  • 8 may 2016
  • 3 Min. de lectura

Sostengo el mundo y estoy aprendiendo a vivir en él Yo me caí varias veces. Cuando era chica, los porrazos que me habré dado andando en esa bicicleta que era solo cuadro, manubrio y un par de llantas. Como no tenía pedales, nos empujábamos con mi hermano y cada dos por tres al suelo y vuelta a levantarme y seguir. Porque si hay algo que me quedó claro es que de nada sirve quedarse tirado en el piso, mascando polvo y rabia, más lo segundo que lo primero y renegar de lo que me tocó: mi bicicleta herrumbrada que fue el juego que tuve por años. Por eso cuando leo que la gente se cae del mundo y no sabe cómo se entra, no puedo quedarme callada que hasta debajo del agua, hablo. Por eso, cuando leo que lavaban los pañales, los secaban, planchaban y volvían a usar y que estos descartables de ahora generan kilos de basura, y, no me queda más remedio que escribir que yo, a este mundo, así, como está, lo sostengo. Porque estoy adentro y si quiero cambiar algo, lo hago desde el metro cuadrado que me toca. Vi a mi hermano más chico que hoy araña los 40 con erupciones en el culo por esos pañales. Vi a mi vieja, doblada, lavando en ese lavarropas a paleta la ropa de todos nosotros. ¿Y saben qué? Me levanté a darle un beso al lavarropa automático. No. No voy a caer en la trampa. No. No me harán pisar el palito que algunos intelectuales ponen hablando de cosas materiales para luego llevarme “al costado del camino” y mostrarme sus verdaderas intenciones: hablar de lo desechable de los valores, vínculos y todo lo que pertenece al mundo emocional del ser humano. No. A ver, sea sincero. ¿Qué me quiere decir, don Eduardo? Que todo tiempo pasado fue mejor. Aha, bien. ¿Y yo qué hago? ¿Qué hago con eso? Porque tengo casi 50, me falta. Este año cumplo 48. Voy por el segundo hombre en mi vida al que no llamaré marido. Es un tipo valiente. Y no cambié al primero porque se quedó pelado o se la cayó la panza. No. Tampoco él hizo lo mismo porque me salieron arrugas o várices después de los embarazos. Fueron por otras razones que ameritarían un texto aparte. Sólo diré que vi tanto soportar relaciones tóxicas y psicópatas. Vi tanto aguantar por el “qué dirán” y “shhhh, de eso no se habla” que me dije: Eso no lo quiero en mi vida. Tal vez, en ese momento, más joven y sin la seguridad que me dio la experiencia de los años, no sabía qué quería. Pero sí lo que no quería. Pero volvamos al tema de desechar versus guardar. Volvamos, yo no saco los pies del plato, ni me hago la zonza. ¿Por qué el planteo agorero de un mundo que se autodestruirá en cinco segundo cual misión imposible? No. Yo voy a tomar al mundo y voy a moverme con inteligencia emocional para que no me fagocite y eso es lo que a través del dominio específico de la Literatura, traté (sí, traté) de transmitirle a mis alumnos. (No voy a engolar la voz diciendo que bla, que blero y que en mis clases, yo, porque yo a mis alumnos les enseño, y yo-yo, qué va, que muchas veces ellos me enseñaron a mí, sobre todo en el tema de la tecnología) Insisto, pues en otros textos ya lo escribí, los animales y las plantas son sabios. El que no evoluciona, se extingue. Me costó mucho adaptarme a las redes sociales, al celular (que no cambio todos los años, no me hace falta) Entonces, como veía que sola no podía, pedí ayuda a una persona que conocía de tecnología. Por mi trabajo, necesitaba moverme en ese territorio. Y solucioné ese conflicto. Ayer, en la playa, rodeada de tres familias que comparten una carpa al lado de la mía, con niños, adultos, jóvenes saltando y gritando, escuché lo siguiente: Madre: Nos falta uno para seguir jugando. ¿Quién quiere jugar? Hijo: La abuela, la abuela. ¿Abuela querés jugar? Uffff, pero no sabés… Abuela: Si me enseñás, aprendo. Porque, y con todo respeto, don Eduardo, no es desechar vs guardar. Lo primero no es mejor que lo segundo, ni viceversa. Es lo primero y lo segundo. Es aprender qué hay que desechar y qué hay que guardar. Porque si no me caigo no puedo levantarme. Porque, cuando uno no sabe, tiene que aprender. Y si esta maravillosa oportunidad se nos presenta, digo, la de aprender, algo en nosotros se habrá modificado para siempre.


 
 
 

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