Perro
- Alejandra Araya
- 8 may 2016
- 3 Min. de lectura
No le dolía el cuello como las mañanas anteriores. La contractura había cedido paso al alivio. Lo comprobó moviendo el cuello para ambos lados. Hizo rol de hombros hacia atrás y hacia adelante, respiró profundo y se levantó a enfrentar un día intenso y voraz. Puso el pie derecho en el piso y sintió un rayo de dolor que le subió hasta el muslo. La mordida del perro callejero le había dejado una herida en el tobillo. Había sido ayer, mientras caminaba por la peatonal hacia Tribunales. Distraído y con expedientes bajo el brazo, al ritmo de las obligaciones, pasó por la jauría de cuatro que, echados al sol, observaban el mundo. No hubo advertencias. Sin mostrar los dientes, el perro estiró su hocico, lo mordió y se quedó prendido a la presa. Sangre que salió como si hubieran abierto una canilla. Gritos. Brazos que lo ayudaron a sentarse. Fueron dos o tres segundos, nada más. Pero había perdido el conocimiento. Una bajada de presión o falta de azúcar. Ya pasa, pensó. Las empleadas de una zapatería trajeron alcohol y gasa e improvisaron un vendaje. Tribunales, tengo que ir a tribunales. Señor, llamaron a la emergencia. Quédese y descanse. Movía la cabeza, negando. Tribunales, tengo que ir a tribunales. Mientras se levantaba no podía concentrarse en el argumento estudiado miles de veces. Se sentía raro. A las nueve tenía la audiencia en el Juzgado. Gómez contra Frigorífico “La suerte”. Indemnización por incapacidad. Hacía dos años, a Matías Gómez se le había caído una media res encima apretándole la pierna derecha que hubo que amputar a la altura de los genitales. El chico corría en bicicleta. Le decían Perrito. Su padre, el Perro Gómez, había ganado dos veces consecutivas la Doble Calingasta. ¡Qué paradoja! La vida lo es. Desde chico, el Perrito Matías anduvo en bici, había quedado en tercer lugar desprendiéndose del pelotón en la Difunta Correa. Para hacerse unos pesos en las vacaciones, el primo lo llevó a trabajar al frigorífico porque estaba cansado de ayudarle con las semitas a su madre y el primer día, pierde la pierna. ¿Qué paradoja? ¡Una real y verdadera cagada! ¿Cuánta guita hace falta para meter adentro de esa pierna reventada como morcilla? Y él, acosado por el banco y la tarjeta, que la compañía lo llamó para arreglar ahora, antes de la feria, que le ha ofrecido el veinte por ciento del monto, que Mati y la familia ha hecho números y se quieren comprar la casita y si alcanza, una amasadora y un horno pizzero, se mira en el espejo del baño y no puede creer lo que ve. No se asustó. Estaba dormido aún. Esto pasa en la Literatura, se dijo. Lo sabe bien porque en 6to año de la Escuela de Comercio, la Turca Yamil se la hizo llevar y tuvo que leer la Metamorfosis. En el examen, le preguntó detalles, le fue sacando las antenas, las alas, lo miraba sobre sus lentes como un bicho al estudiante devenido en Gregorio Samsa que ahora era un perro. Probó su voz, le salió un ladrido ronco. Ahí sí se asustó. Trató de hablar. Ladró. Ladró. Ladró el argumento que había preparado para la audiencia. Entonces, tomó la posición que le correspondía. En cuatro patas salió a la calle y corrió sin pensar adónde. Alejandra Araya
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