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Amparo

  • Alejandra Araya
  • 9 may 2016
  • 3 Min. de lectura

Carmelo estaba cansado de que Ruarte, su vecino, estacionara el auto en el puente de su casa. Varias veces tuvo que tocarle bocina o el timbre para que lo corriera. -Están violando mi derecho constitucional de transitar libremente. Dicho esto, presentó un recurso de amparo a la Justicia. La medida expedita y rápida le dejó como resarcimiento que Ruarte le pintara de amarillo el cordón y le podara los árboles. Carmelo se envalentonó. Un día, su hija de 7 años llegó llorando de la escuela. -Papi, la seño entregó todos los cuadernos menos el mío porque no tuvo tiempo de corregirlo. ¡Siempre hace lo mismo! Tengo tareas que hacer. ¿De dónde las saco? -No te hagás problema, dijo la madre. Se las pedimos a Alan, tu compañerito de la vuelta. -Ah no, eso sí que no. Mi hija está padeciendo la omisión de la autoridad pública quien restringió el derecho de tener su cuaderno corregido. Carmelo presentó un recurso de amparo. El problema fue que el Juez era tío de la seño por eso se inhibió. La causa dio unas vueltas pero finalmente, Carmelo tuvo suerte: su hija comenzó a ser la primera en tener su cuaderno corregido. Al costado de la cancha, Carmelo y Gustavo conversaban viendo a sus hijas jugar al hockey sobre césped. -¡Qué injusticia! -¿Por qué? ¿Qué pasó? Preguntó curioso Carmelo. -¿No te enteraste? El equipo de las chicas no podrá jugar el campeonato porque aumentó la cuota de inscripción. Hubo una reunión en la que decidieron dicho aumento. Los organizadores mandaron mails. El entrenador faltó a la reunión, no leyó el mail. ¡Qué sé yo! La cosa es que fue con la plata justa el último día de inscripción y no pudo hacer el trámite. -Ah, no, eso sí que no. El equipo no puede ser víctima del acto de restricción del derecho constitucional de jugar un campeonato. -Pará, Carmelo, el entrenador se la mandó. Fue un acto de irresponsabilidad. Hay que comérsela. -Naaaa. San Amparo, líbranos de todo mal, amén. Cuando el expediente llegó al Juzgado, el Juez que tenía su corazoncito en el hockey sobre césped porque su hija había sido arquera entre el ´94 y ´97, le dio curso inmediatamente. Aún tenía en el portarretrato de su escritorio a la chica levantando una copa. Carmelo tenía una cadena de lavanderías. La empleada que atendía en la sucursal Santa Lucía tenía un hijo down. -Estás llegando tarde. La próxima vez… -Don Carmelo, sucede que estuve yendo a la Obra Social a ver si me cubren los gastos de Psicóloga, Psicopedagoga y Fonoaudióloga que tengo con mi nene. Están en duros. ¿Cómo puedo hacer para que me escuchen? Un silencio procaz selló los labios de Carmelo. De casualidad, una mañana Carmelo vio a Gustavo en el banco. -Che, ¿viste lo que pasó? Les dieron por perdido el último partido a las chicas. Mauricio dixit. -¿¡Por qué!? -Por llegar tarde. ¡El entrenador es un despiste! -Ah, no eso sí que no. Es un acto privado que lesiona el derecho de competir sanamente. Voy a presentar un recurso de amparo. Sentenció Carmelo. -Vos no vas a presentar nada. Acá el único responsable es el entrenador. -Todo ciudadano tiene derecho a interponer un recurso de amparo, es perfectamente procedente. Hay que aplicar el sentido le-gal. -Prefiero aplicar el sentido común. -Yo considero que hay una ilegalidad manifiesta. Insistió Carmelo. -¿¡Qué!? El equipo llegó tar-de. Está en el reglamento que no lo dejen jugar y le den los puntos al equipo contrario. Es un juego, Carmelo. Las chicas son amateur. Quiero que mi hija aprenda a jugar, no a manipular. Respondió Mauricio. -Hermano, no te calentés, por algo el símbolo de la Justicia es una mina con los ojos vendados. -Carmelo… -¿Qué? -Andate al recursísimo amparo que te parió.


 
 
 

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