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Zooilógico - Barrio Tomado- (Columna en El Nuevo Diario)

  • Alejandra Araya
  • 6 may 2016
  • 2 Min. de lectura

Cómo llegaron, nadie lo supo bien. Lo cierto es que allí, en la puerta del barrio privado, estaban los dos canes negros. Trataron de echarlos pero la frase: -Pobrecitos... Pulsó la cuerda de la culpa y el binomio perruno, se fue quedando y marcando terreno. De algún lado aparecieron dos recipientes de plástico cortados por la mitad con agua y comida. Cuando alguien entraba o salía se encontraba con un par de miradas lánguidas y cabezas suplicantes. Verlos jugar y divertirse con el agua de los aspersores generaba empatía y confianza. Y les abrieron la puerta... Les tiraron unas mantas y los llevaron al veterinario. Uno de los niños los llamó: Tor y Tina y dijo: ¡Qué lindos! Un escaso porcentaje de los vecinos estaba de acuerdo en que los perros estuvieran ahí, ocupando ese lugar, pero como parecían populares e integradores, les dieron una oportunidad. Tor, más diplomático y hábil que Tina, estableció alianzas con los bóxers, caniches toy y labradores convirtiéndose en un líder carismático. El conflicto empezó a generarse con los perros de otros sectores que veían amenazados sus derechos pues les retenía sus alimentos para dárselos a los perros callejeros. Los rottweiler, dogos y pit bull fueron juzgados en nombre de los derechos animales dejando sin efecto ciertos indultos. Habían perseguido gatos, correteado palomas y maltratado a chiguaguas. Tina dejó de usar los recipientes de plástico y la manta vieja que cambió por otras compradas en pet shop. Tor, que contaba con el apoyo de las aves, promulgó la Ley del Aire para que todos los pajaritos pudieran volar sin restricciones. Con astutas estrategias, convocaron a los perros más jóvenes y crearon un grupo de fieles seguidores ubicándolos en determinadas casas. Así tuvieron el control de la garita e información de los vecinos que les dio capacidad de maniobra. Mientras Tina ladraba y ladraba sobre la Naturaleza Grande, convocando a la jauría, repartiendo y repartiendo, Tor hacía negocios y acumulaba poder y riqueza perruna. Años así, manejando el barrio. Hasta que “Todo concluye al fin, nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina”. Los perros y perras se empezaron a cansar. Primero fue un sonido impreciso y sordo como en “Casa Tomada” de Cortázar y, como los protagonistas del cuento, lo negaron. Pasó el tiempo y el ruido fue creciendo, tomando distintas partes del barrio, intensificándose, convirtiéndose en dignidad. Y el ruido sonó a “Presente” de Vox Dei: “Y olvidé aquello que una vez pensaba que nunca acabaría, nunca acabaría, pero sin embargo terminó”. Tor y Tina se sintieron expulsados y del otro lado del portón, no les quedó otra que tirar la llave.

 
 
 

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